La magia de La Caracola


Más allá de las vacaciones, el sol, la playa, el compartir entre amigos y la vida nocturna, Margarita también es fuente inagotable de salud física y mental para propios y extraños: El mejor ejemplo es playa La Caracola, un enorme espacio al aire libre consagrado al ejercicio, el relax, el disfrute, al movimiento, al despeje y la contemplación a tono con la naturaleza.


Por: Karina López - Publicado en la revista Clase Turista, edición diciembre 2007

Para nadie es un secreto que en Margarita sobran los templos destechados que inmediatamente seducen a quienes los visitan, pero dentro de toda la variedad hay lugares que suman características muy particulares a sus ya de por sí sobrados encantos naturales. Este es el caso de playa La Caracola, en el sector Costa Azul de Porlamar, que de lunes a lunes acoge deportistas que comienzan a aparecer con los primeros rayos del sol y se van rotando en su faena hasta que cae la noche. La calle que bordea sus dos mil doscientos metros de costa a todo lo largo -y que se encuentra entre la playa y la Laguna Blanca- es cerrada tanto a primeras horas de la mañana como al final de la tarde, lo cual la convierte en esas horas en un boulevard para ejercitarse a cielo abierto.

Al recorrerla siempre podemos ver grupos caminando, personas trotando, algunos conversan mientras hacen sus ejercicios, hay quienes oyen música, están los que patinan, aquellos que prefieren montar su bicicleta, los de más allá deciden volar papagayos o jugar voleyball de playa, en la arena vemos grupos haciendo tai-chi o yoga, otros pescando, algunos leyendo, una señora paseando sus perros... El perfil de los asistentes varía con las horas, y los fines de semana encontramos familias enteras: desde los abuelitos hasta los más pequeños de la casa. Eso sí, los que vivimos en la isla y visitamos La Caracola, siempre terminamos incorporando ese encuentro vital a nuestra rutina de vida. Por eso siempre encontramos muchas caras conocidas, y todos nos terminamos sintiendo como una gran familia.

La brisa nunca deja de soplar, adquiriendo más fuerza a medida que transcurre el día. Los amaneceres son indescriptibles, pues el sol sale por la línea que une el mar con el cielo. La luna sigue el mismo recorrido (cuando está llena es un verdadero espectáculo sobre el mar), y las pocas luces de la ciudad que la rodean permiten que las noches sean impecablemente estrelladas.

En comunión con el cosmos

En la mitad del camino, sobre la arena y bajo las palmeras, encontramos el ingenioso gimnasio descubierto “Sonrisa Tour Social”, en el que varias personas utilizan las máquinas, levantan pesas, hacen barras paralelas o juegan voleyball. Frank, su dueño desde hace 16 años, también alquila toldos y sirve unos jugos deliciosos (si el cliente lo desea también les puede incorporar sábila, miel, jengibre y/o guaraná, o si prefiere puede tomar agua o malta). Una poderosa energía revitalizante se respira en el lugar, al punto que para una gran cantidad de asiduos a La Caracola este espacio es una parada obligada.
Fiel creyente y practicante de la calidad de servicio, Frank prefiere dejar que sean los hechos los que hablen por sí solos. El cartel que nos recibe a la entrada es muy explícito: “De los siglos por los siglos este espacio le pertenece a la humanidad y al estado. Yo, simplemente soy un servidor.” Y es que no sólo se conjugan naturaleza, salud, deporte, limpieza y precios solidarios, también hay conciencia ecológica: Cuatro improvisados botes de reciclaje indican a los visitantes que a la hora de tirar la basura debemos separar el vidrio, el cartón, el aluminio y el plástico de los desechos orgánicos.

Justo frente al gimnasio descubierto, pero completamente inmersa en el mar, encontramos la formación rocosa “El Farallón”. El propio Frank cuenta que allí hay una virgen de yeso y un faro puesto por los militares, que prenden todos los días a las 6 de la tarde para alertar a los pescadores. Afirma que la piedra es el hogar de los alcatraces.

En el otro extremo de la via, hacia Pampatar, vemos practicantes de aeromodelismo y carros a control remoto que aprovechan la pista de aterrizaje de aviones ultralivianos, hacia uno de los extremos de la playa, para probar sus modelos a escala.

Múltiples competencias de diferentes disciplinas, nacionales e internacionales, han escogido este escenario para llevarse a cabo. Y con mucho o poco público, los 365 días del año la naturaleza realiza -sin apuro- un ciclo que se repite una y otra vez, concentrando la sabiduría de todos los tiempos mientras que las aves de diferentes especies nos invitan, con su vuelo imperturbable, a mirar el mundo de otra manera.