Entre ñapangas y galeronistas


Orgullosamente originaria de prominente la localidad colombiana de Popayán, Maura Abraham llegó a Margarita y quedó atrapada por el encanto de esta tierra, su gente y sus tradiciones, al punto de dedicarse a rescatar y preservar destacados patrimonios históricos y culturales de la isla.

Por: Karina López. Publicado en la revista Clase Turista, marzo 2008.

¿Cómo describir al personaje? Una mujer polifacética, siempre activa, culta, sencilla, sensible, profundamente espiritual, amante de las tradiciones y apasionada por la estética. Hace ya casi 34 años, dejó su Colombia natal para casarse con un venezolano y, por cosas del destino, residenciarse en la Isla de Margarita, donde junto a su esposo ha formado una hermosa familia con dos hijas. Hoy en día Maura Abraham Marín se siente más margariteña que muchos nativos.

Internacionalista de profesión, Abraham nació en Popayán -capital del departamento del Cauca, Patrimonio Nacional de Colombia, una de las localidades más tradicionales y la segunda urbe colonial más importante del país-. Este territorio universitario, conocida como La Ciudad Blanca de Colombia (nadie puede pintar su casa de otro color) ha sido cuna tanto de catorce presidentes de la nación como de gran cantidad de pensadores y poetas, y desde hace más de 450 años es también sede de las procesiones de Semana Santa más famosas del vecino país, en las que tradicionalmente participan, junto a otros personajes, jóvenes ataviadas como "ñapangas” (o a la usanza antigua del Viernes Santo).

Abraham es descendiente de una de las más acaudaladas familias de la localidad colombiana, y tanto su forma de ser como su profesión y sus vivencias han sido determinantes para su sentir acerca de la Isla de Margarita: “Yo venía de una educación muy formal -cuenta-: Primero en Popayán y en Bogotá, ciudades donde la sociedad es muy clasista, luego en Suiza y después en Nueva York. Hasta mi forma de hablar era muy rígida, y cuando llegué a Margarita fue muy refrescante encontrarme gente tan despreocupada, tan feliz, que no parecía importarle nada ni preocuparse mucho por la vida, además de su informalidad en trato”.

Y agrega: “Al principio fue un impacto terrible, todas las maneras de las personas contrastaban mucho con mi forma de ser y con mi educación, pero después logré entender la filosofía impactantemente afectiva que hay detrás de todo ese comportamiento: Los margariteños consideran que si eres de aquí hay que tratarte con plena confianza, afecto y cariño, y por eso me parecen la gente más bella del mundo. En ningún lugar del planeta -al menos donde yo he estado- tratan a las personas con tanta cordialidad, con tanta naturalidad y con tanta afabilidad. Eso es algo que yo aprendí a amar.”

Un regalo para el alma

Maravillada ante tantas dádivas divinas en el único estado insular de Venezuela, Abraham defiende y promociona desde hace muchos años -con verdadera pasión- dos importantes piezas de su patrimonio histórico y cultural: La hacienda El Tanque y la música tradicional neoespartana. “En El Tanque yo reuní mis dos yo: Toda la tradición que llevo en mi sangre, pues crecí en un entorno donde se conservan las costumbres con un empeño casi frenético; y todo lo que es compartir en finca, las reuniones, la música, el arte, la poesía y los animales, lo que viví desde mi infancia. A esto se le suman las cosas sencillas, la tranquilidad y el disfrute”.

La hacienda El Tanque es el único alambique que actualmente se conserva en el Oriente venezolano (aunque no está en funcionamiento). “Hace 30 años que compramos estas tierras a la sucesión de Braulio Alfonzo. Encontramos la propiedad parcialmente destruida, hubo que reconstruirla, y algunos toques específicos, para conservarlo dentro de lo más tradicional, se los dio la hoy desaparecida Chana. Mantener El Tanque ha sido -y es- un trabajo muy exigente, pero hoy por hoy es un lugar donde la gente puede ir y ver algo de lo que fue Margarita, y siento que reúne nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro”.

Abraham también salvaguarda el galerón (esa expresión musical tan típica de la Isla de Margarita) y es muy frecuente que El Tanque -que ya aparecía en las letras de las canciones que se componían en la época de oro de la destilería- sea el escenario de innumerables interpretaciones. De allí el encuentro y la cercanía con los galeronistas del estado Nueva Esparta, especialmente con José Ramón Villarroel, “El Huracán del Caribe”, quien en vida fuese uno de los máximos exponentes del género, además del célebre autor de canciones como “Maria Antonia” o “Madrugada en El Mar”, entre otras.

Junto a Silvita Villarroel (hija de José Ramón y galeronista de cuna) Abraham tiene la fundación “José Ramón Villarroel, El Huracán del Caribe” que está recopilando, no sólo las canciones del artista, sino las de muchos intérpretes neoespartanos del género ya fallecidos, a fin de formar una biblioteca con textos de consulta. “Primero que todo –explica- porque el galerón es el corazón de Margarita y de muchos estados orientales, y después porque se trata del trabajo de verdaderos artistas que saben expresar casi todos los aspectos de la prodigiosa sabiduría popular en torno a los temas de actualidad y acontecimientos cotidianos.”

“Los galerones -agrega- son dificilísimos de hacer, están estructurados por tandas, se constituyen en base a décimas (series de diez versos octosílabos improvisados, con cuatro pareados de rima consonante entre el primero y último) y terminan con un picón, esa especie de reto que un músico le lanza a otro, con décima de contenido ofensivo para “picar” al contrario, todo ello en contrapunteo. Eso es digno de admiración, por eso para mí los poetas populares del estado Nueva Esparta son absolutamente geniales.”

Y finalmente Abraham concluye: “Esta isla ha sido para mí un aprendizaje de vida. Cuando llegué yo no pude cambiar a nadie en Margarita ni enseñarle nada de lo que yo había aprendido, pero en esta tierra me transformaron completamente a mí: Aprendí a disfrutar más de las cosas sencillas, aprendí que todo sucede, que todo está escrito en las estrellas, que las cosas ocurren cuando tienen que suceder, que uno tiene que tomarse el tiempo para disfrutar más las cosas que mañana no va a poder disfrutar, y hoy por hoy ése es mi mayor tesoro.”